domingo, 3 de junio de 2007

Entrevista con dos sobrevivientes de la masacre de Ruanda

'Mi venganza es la vida'

Publicado en Enfoque - Reforma

Por Laurence Pantin

(03-Jun-2007).- Pasó hace más de 13 años, pero Yves Kamuronsi y Freddy Mutanguha siguen recordando el horror cada vez que escuchan silbidos. No pueden olvidar que el sonido estridente y repetitivo anunciaba la llegada de los verdugos y no se apagaba hasta que éstos acabaran su misión: matar a todo lo que se moviera.
Es en parte porque en esos momentos se movieron menos que sus compañeros de infortunio que Yves y Freddy estuvieron aquí para contar el genocidio en Ruanda.
Pero ambos saben que su sobrevivencia también dependió de la suerte. O mejor dicho de la casualidad, porque no se puede hablar de suerte cuando uno tiene que escuchar morir a sus familiares y amigos sin poder hacer nada más que esconderse para evitar ser otra víctima de la masacre.


Discriminación latente

El genocidio empezó el 6 de abril de 1994, cuando murió en un extraño accidente aéreo el presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, miembro de la etnia hutu, mayoritaria en el país, y en conflicto con la etnia minoritaria de los tutsis. Un grupo de hutus extremistas cercanos al fallecido mandatario aprovechó el desconcierto para matar a los hutus más moderados de la oposición y ordenar el exterminio sistemático de los tutsis. La masacre duró cuatro meses y acabó con la vida de cerca de 800 mil personas.
Las tensiones entre las dos etnias no eran nuevas. Empezaron a finales del siglo XIX, en la época de la colonización, cuando el país centroafricano estaba bajo control de Alemania y abandonó el sistema político basado en los clanes para instaurar un régimen basado en las etnias.
Una larga historia de discriminación mutua explica el odio que desarrollaron los miembros de ambas etnias hacia el grupo opuesto. Freddy, un tutsi de 30 años, cuenta que cuando iba a la escuela, los maestros enseñaban a contar a los niños basándose en el número de tutsis y de hutus presentes en el salón. "Pedían a los niños hutus que se levantaran y decía el maestro: 'Tenemos a 25 hutus en el salón'. Después, pedía a los tutsis que se pararan y decía: 'Hay 5 serpientes en el salón'. Así llamaban a los tutsis porque consideraban que no eran personas de confianza".


El sacrificio de una madre

Freddy tenía 18 años cuando cambió su vida para siempre. Vivía con sus padres y sus cinco hermanas en Mushubati, un pueblo del oeste del país. Cuando los vecinos hutus acompañados de soldados llegaron por primera vez a su casa para buscarlos, pudieron salvarse a cambio de dinero. Pero el centenar de hombres armados de fusiles, machetes y mazos con picos regresaron día con día durante una semana, hasta que los ahorros y la comida de la familia se agotaron.
El 14 de abril de 1994, sacaron a toda la familia de la casa. La mamá de Freddy solamente tuvo tiempo de dar los últimos francos ruandeses que le quedaban a Freddy y a una de sus hermanas antes de que los separaran en varios grupos. El joven Freddy pudo escuchar los gritos de sus padres cuando los mataban a golpes de mazo. Ultimaron a su madre a machetazos, dejando su cadáver en pedazos.
"Mi madre se sacrificó para que no nos mataran a mi hermana y a mí", dice Freddy con los ojos húmedos. Cuando dieron el dinero a uno de los asesinos, éste los dejó escapar. Fueron los únicos en salvarse. Sus otras cuatro hermanas murieron después de ser arrojadas a una fosa que servía de letrina.
Freddy y su hermana emprendieron entonces la huida que duraría varios meses, porque cada vez que llegaban a un lugar donde pensaban encontrar ayuda, existía el riesgo de ser identificados como tutsis.


Acorralados

Yves, un tutsi de 26 años, también tuvo que huir. Antes de que empezaran los asesinatos masivos, vivía con sus padres, su hermano y sus dos hermanas en Kigali, la capital de Ruanda. Cuando se percibieron las primeras señales de tensión, los padres de Yves, quien tenía entonces 13 años, lo mandaron con una de sus hermanas a la casa de sus abuelos en el campo.
Eso lo salvó ya que sus padres y su hermano mayor fueron asesinados a balazos en los primeros días de la masacre. La matanza llegó al pueblo de sus abuelos dos semanas después, y los hutus no tardaron en quemar la casa de la familia. Todos pudieron salir a tiempo y esconderse en la maleza.
A los pocos días, encontraron acogimiento en una iglesia, donde se escondían otras 80 personas, niños, mujeres y sacerdotes. Pensaban estar a salvo pero un día, la hermanita de Yves le dijo que había visto acercarse a centenares de hombres armados y se echó a correr. Por instinto, Yves la siguió, y con otros compañeros que lograron escapar de la iglesia, se refugiaron entre la vegetación.
Yves recuerda lo que se siente ser acorralado como un animal. Con silbatos, gritos y canciones, los asesinos avanzaban entre los arbustos buscando a los prófugos. "Eran cientos contra uno. A veces, una persona que estaba a mi lado era descubierta y yo no", susurra con la voz quebrada.
Para rematar, "los verdugos también se las agarraban con los bienes de las víctimas", añade. "Mataban a sus vacas como mataban a la gente: gritando, les cortaban una pata, luego la otra, hasta que el animal se cayera".
De las más de 80 personas escondidas en la iglesia, Yves y su hermana fueron los únicos en salvarse.


Sobrevivir: una responsabilidad

Ser un sobreviviente de la masacre es una responsabilidad pesada. "Es muy doloroso para los sobrevivientes vivir con los verdugos", explica Freddy. Pero aunque perdonar es una tarea muy difícil y que tomará tiempo, considera que es indispensable para que el país pueda desarrollarse económicamente.
Es por esa razón que Yves y Freddy trabajan hoy en el Centro Conmemorativo de Kigali, donde se enterraron y se recuerdan a más de 200 mil víctimas del genocidio.
Por lo personal, Yves ya está pensando en tener hijos, "para reemplazar a todos los que mataron. Mi venganza es la vida", estima.

1 comentario:

Pablo dijo...

De vez en vez vengo a leer esto. Es importante no olvidar. Muy agradecido por ella. Saludos